¿Con causa? ¿Sin causa? ¿De qué época?...
(Para ver la galería clicar en la foto o aquí)
Sé que es demasiado pronto, pero los que hicisteis fotos ayer colgadlas en el blog. Estoy seguro que captasteis la esencia de lo ocurrido. Nuevas caras incorporadas y más recuerdos a rememorar. No tardéis en permitir contemplar a todos los que no pudieron asistir, la magia del encuentro.
Un abrazo a todos y en especial a los que hicieron posible y franqueable la entrada a un mundo casi olvidado. También a quiénes consiguieron la presencia de los profesores Besora y Fernández, ellos saben quienes son.
Para bien o para mal, han ayudado a despejar los fantasmas del pasado.
El genio y la figura mantenida de Fernández y el cariño de Ramón han hecho reconocer, más profundamente aún, aquel momento en el que dos estilos en un mismo tiempo, unos con la vara y otros con la palabra, convivían en un espacio diminuto para tanto chaval con ganas de aprender.
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Escuchando el hilo de diferentes conversaciones que evocaban aquella época, me di cuenta de la capacidad de olvido que hemos ganado con el paso de los años. Quizás por defensa de nuestra propia integridad, quizás por la edad, quizás porque el ser humano necesita olvidar aquello que le produce un profundo dolor o quizás porque todo aquello solo sucedió en la mente de chavales indefensos que magnificaban los sucesos y, dada su gravedad, los concatenaban de forma que uno grave tapaba, y hacía olvidar, a otro más grave aún.
Ayer vi en el rostro de algunos de los asistentes, la bondad que uno se gana con el paso de los años. Un común denominador flotaba en el ambiente: ya no importa lo que allí pasó. Quizás es porque no fue tan grave aunque yo lo recuerdo cruel, despiadado y anodino.
Una voz anunció que aquello nos hizo más fuertes, otra que la fuerza del grupo nos permitió superarlo con valor, otra que los buenos momentos redimieron la angustia de la humillación, todas las voces haciendo un esfuerzo por apreciar la minúscula formación que nos depositaron aquellos a los que llamábamos “profesores” y todos satisfechos de haber superado una etapa de nuestra vida en la que la ilusión debe prevalecer por encima de todas las otras cosas.
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En cualquier caso, gracias otra vez por darme la oportunidad de contemplar ese viejo escenario y hacer estas reflexiones que ni sumarán ni restarán para algunos pero que, para mí, me permiten reconciliarme con mi pasado.
Sé que es demasiado pronto, pero los que hicisteis fotos ayer colgadlas en el blog. Estoy seguro que captasteis la esencia de lo ocurrido. Nuevas caras incorporadas y más recuerdos a rememorar. No tardéis en permitir contemplar a todos los que no pudieron asistir, la magia del encuentro.
Un abrazo a todos y en especial a los que hicieron posible y franqueable la entrada a un mundo casi olvidado. También a quiénes consiguieron la presencia de los profesores Besora y Fernández, ellos saben quienes son.
Para bien o para mal, han ayudado a despejar los fantasmas del pasado.
El genio y la figura mantenida de Fernández y el cariño de Ramón han hecho reconocer, más profundamente aún, aquel momento en el que dos estilos en un mismo tiempo, unos con la vara y otros con la palabra, convivían en un espacio diminuto para tanto chaval con ganas de aprender.
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Escuchando el hilo de diferentes conversaciones que evocaban aquella época, me di cuenta de la capacidad de olvido que hemos ganado con el paso de los años. Quizás por defensa de nuestra propia integridad, quizás por la edad, quizás porque el ser humano necesita olvidar aquello que le produce un profundo dolor o quizás porque todo aquello solo sucedió en la mente de chavales indefensos que magnificaban los sucesos y, dada su gravedad, los concatenaban de forma que uno grave tapaba, y hacía olvidar, a otro más grave aún.
Ayer vi en el rostro de algunos de los asistentes, la bondad que uno se gana con el paso de los años. Un común denominador flotaba en el ambiente: ya no importa lo que allí pasó. Quizás es porque no fue tan grave aunque yo lo recuerdo cruel, despiadado y anodino.
Una voz anunció que aquello nos hizo más fuertes, otra que la fuerza del grupo nos permitió superarlo con valor, otra que los buenos momentos redimieron la angustia de la humillación, todas las voces haciendo un esfuerzo por apreciar la minúscula formación que nos depositaron aquellos a los que llamábamos “profesores” y todos satisfechos de haber superado una etapa de nuestra vida en la que la ilusión debe prevalecer por encima de todas las otras cosas.
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En cualquier caso, gracias otra vez por darme la oportunidad de contemplar ese viejo escenario y hacer estas reflexiones que ni sumarán ni restarán para algunos pero que, para mí, me permiten reconciliarme con mi pasado.