Eran tiempos en que la imaginación funcionaba a toda velocidad y, gracias a ella segúramente más de uno y una diría que hubiera sido muy difícil sobrevivir.
Recuerdo una ocasión en que alguien trajo un destornillador a clase y, como no podía ser de otra forma, probamos sus virtudes con los tornillos de un pupitre. Simplemente le sacamos todos los tornillos y el pupitre se sostenía sólo por la fuerza de la gravedad.
Evidentemente no medimos bien las consecuencias porque, en un momento de la clase durante la cual ya se nos había olvidado el destornillador y los tornillos, el Martínez, finalizando la ronda de vigilancia no tuvo meor idea que apoyarse en el susodicho pupitre.
El estruendo fue impresionante, nuestras caras también pensando en la que se nos venía encima. Al final, todo quedó en una anécdota, nos escapamos de una buena y ha acabado como anecdotario de este blog
Recuerdo una ocasión en que alguien trajo un destornillador a clase y, como no podía ser de otra forma, probamos sus virtudes con los tornillos de un pupitre. Simplemente le sacamos todos los tornillos y el pupitre se sostenía sólo por la fuerza de la gravedad.
Evidentemente no medimos bien las consecuencias porque, en un momento de la clase durante la cual ya se nos había olvidado el destornillador y los tornillos, el Martínez, finalizando la ronda de vigilancia no tuvo meor idea que apoyarse en el susodicho pupitre.
El estruendo fue impresionante, nuestras caras también pensando en la que se nos venía encima. Al final, todo quedó en una anécdota, nos escapamos de una buena y ha acabado como anecdotario de este blog
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El affaire del destornillador lo recuerdo algo diferente. Más que algo improvisado, lo recuerdo como una acción planificada de rebelión colectiva.
Durante los últimos cursos, al menos para los chicos, la obligación de llevar bata era
la más humillante muestra de la represión que sufríamos.
Contra esa imposición luchábamos con gestos inocentes: la llevábamos desabrochada o nos armábamos de valor y la dejábamos en casa con la excusa de que se estaba lavando. La lucha contra la bata era la bandera que nos ayudó a "tomar conciencia".
Cuando faltaban pocos días para acabar 4º, unos cuantos urdimos un plan maquiavélico para responder a tanta agresión sufrida. Decidimos llevar destornilladores para desmontar los pupitres, pero acordamos no desmontarlos del todo, sino dejando los tornillos mínimamente ajustados para que el pupitre permaneciera precariamente estable. Entonces llegó La Vilalta, se apoyó en uno y fueron desmoronándose sucesivamente ante la sorpresa general.
Después llegaron las represalias. Los padres fueron advertidos y tuvimos una reunión con la Vilalta, en la que se mostró muy dolida y desencantada. Pero no paso nada porque muchos íbamos a continuar en Villarroel y, claro, la pela es la pela.
Ratifico de todas todas esta versión, que os la que yo recuerdo, viví y colaboré a que cobrara realidad y sentido. Alguna vez he dicho que compartir una situación de represión crea amistad, pero sin lugar a duda es más acertado decir que compartir una situación de rebelión colectiva ante la represión continuada crea unos lazos indelebes de amistad perdurable (y ahora se ha visto). ¡Un brindis por aquellos años de aprendizaje de la rebelión, y por las y los compis con quienes los compartimos!